Cataluña forma a funcionarios para que sean capaces de detectar los signos de radicalización y la ‘takiyya’

Las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia que combaten el terrorismo islamista están especialmente alerta ante los signos de radicalización que pueden mostrar personas no relacionadas con el conflicto sirio o iraquí.

Al lado de los retornados de estas zonas de conflicto, que suponen el grupo más peligroso para las autoridades europeas, se encuentra un grupo más difícil de detectar pero que está demostrando su eficacia para efectuar atentados terroristas con medios ínfimos y en distintas capitales europeas. Son los atacantes “guiados, “inspirados” o los lobos solitarios, según la terminología de las fuerzas especializadas. No tienen necesidad de tener un vínculo con DAESH, pero sí se radicalizan a través de su propaganda y algunos son capaces de seguir sus instrucciones.

Detectar a estas personas con potencial para atentar antes de que lo hagan es una de las misiones esenciales de las fuerzas policiales en la lucha contra el yihadismo en suelo occidental.

Así, según relata ‘El Periódico de Cataluña‘, los Mossos de Esquadra están formando a funcionarios de prisiones y responsables de colegios para detectar los síntomas de que la radicalización se está produciendo.

Los Mossos han desplegado varios PRODERAI distintos, que son ni más ni menos cursos de formación para policías, vigilantes de seguridad, maestros y funcionarios de prisiones para que sepan identificar “indicadores” de radicalización en la calle, en las escuelas o dentro de los centros penitenciarios.

Frente a los mensajes o imágenes más evidentes, como las mujeres con velo o los predicadores salafistas, difusores de una teoría cercana a las de los islamistas, los expertos piden atender a los cambios de conducta. Este gesto es muy común en los musulmanes radicalizados, que utilizan el concepto de la ‘takiyya‘ para justificar un cambio a hábitos prohibidos por su religión y así despistar a la Policía, cuenta ‘Ecodiario

La ‘takiyya’ no aparece en el Corán, y es un término al que recurren los yihadistas para garantizar el éxito de sus futuros ataques.

Este principio justifica llevar una vida alejada de los mandatos islámicos cometiendo acciones que se consideran ‘haram’ (pecado) en esa religión. Se trata de vivir una vida similar a la sociedad que les rodea siempre que el objetivo sea atacar a esa misma sociedad a la que consideran apóstata o infiel.

Según precisaba hace unos meses el experto en movimientos yihadistas del International Security Observatory (ISO) José María Gil Garre, esta corriente es considerada una herejía por parte de todas las escuelas oficiales del islam ya que tiene su origen en una mala interpretación de las sagradas escrituras islámicas.

No es en el Corán -indica-, sino en el conjunto de dichos y hechos atribuidos al profeta Mahoma donde se dice que “el musulmán que se encuentre en peligro de muerte por el hecho de ser musulmán tiene derecho a engañar a aquel que le quiere matar por ser musulmán“. Gil Garre sostiene que, de ese principio, los yihadistas concluyen que “es lícito engañar al ‘infiel’ con tal de poderlo atacar”.

Consiste para ellos, por tanto, en el arte de la disimulación, para esquivar el ojo de los agentes antiterroristas y pasar desapercibidos.

Así, una mujer que siempre haya llevado velo no supone un peligro evidente, pero sí lo es si, de repente, un día se lo quita. El mismo ejemplo vale para un musulmán que un día se afeita la barba, o un imán salafista que, años después de difundir un mensaje más radical, deja de hacerlo abruptamente.

“Interesan los cambios”, afirma un mosso citado por ‘El Periódico’, “porque pueden estar recurriendo a la ‘takiyya’ para ocultar que pretenden dar un paso más”. Se trata por tanto de un verdadero reto policial.

Lo que aconseja DAESH

El año pasado la revista ‘Dar Al-Islam’, editada en francés por la productora Al Hayat de DAESH, incluía una serie de recomendaciones para sus fieles entre las que se incluía disimular “los signos religiosos exteriores” como afeitarse la barba o aparcar la obligación de que su ropa no toque suelo infiel (suelen llevar los pantalones remangados).

Les instruían incluso para que, a la hora de ir a comprar armas, adopten el “aspecto de un joven de ciudad que busca cometer un atraco con un arma”. “Sobre todo no os dejéis llevar por un exceso de entusiasmo y no habléis de vuestro verdadero objetivo”, añadía el texto.

Gil Garre precisa que, dentro de este precepto, cabe casi cualquier actividad, desde el alcohol, las drogas, recurrir a la prostitución o actividades delictivas relacionadas como el narcotráfico o el tráfico de armas o explosivos. Advierte este experto que quien adopta la ‘taqiyya’ ni siquiera acude a los centros religiosos habituales o las mezquitas, sino que reza en lugares privados fuera del alcance de su entorno para pasar desapercibido.

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