¿Debe Europa considerar a los hutíes como un grupo terrorista?

Hace cuatros años comenzó en Yemen uno de los peores conflictos armados de las últimas décadas. La guerra civil enfrenta a las fuerzas leales al gobierno de Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, con sede en Aden, por un lado, y, por otro, a los hutíes y sus fuerzas, leales al expresidente Alí Abdalá Salé. La organización al-Qaeda en la Península arábiga y el Estado Islámico de Irak y el Levante han apoyado a esta última facción.

Apoyados por los islamistas radicales, los hutíes han hecho de las agresiones sexuales, la tortura y las violaciones de derechos humanos, su principal arma de guerra, llevando al país a una situación límite, en la que, según el activista de la asociación Care, Johan Mooij, más de 10 millones de personas sufren una situación de emergencia humanitaria en una de las peores hambrunas de las últimas décadas. “Si nadie lo remedia, a final de año podría haber más de 20 millones de personas en una situación desesperada. Los niños están sufriendo especialmente y sus padres se sienten impotentes porque no pueden aliviar el hambre de sus hijos que, en la mayoría de las ocasiones, acaban muriendo”, denuncia Mooij.

Minas antipersona

La inseguridad que asola el país, además, hace mucho más complicado poder obtener alimentos e, incluso, agua potable. Los hutíes han aprendido las técnicas del ISIS y hacen uso de armas de guerra en núcleos urbanos y más grave todavía: de minas antipersona, que son difíciles de detectar por estar fabricadas a mano, se encuentran distribuidas sin ningún tipo de orden ni concierto y en los últimos dos años han sido localizadas más de 40.000, lo que invita a pensar en un número total de seis cifras enterrado a la espera de explotar.

Los huthi suelen esparcir las minas conforme se retiran de los avances de las fuerzas del Gobierno, como sucedió a principios del año pasado en las regiones costeras del país. Regiones como Al Juja, Al Jeis y, especialmente, Al Moja, donde fuerzas saudíes aseguran que entre 250 y 300 minas son desactivadas semanalmente, en zonas residenciales, parques o árboles a cuya sombra los yemeníes se sientan a mascar hojas de qat, para relajarse de los nervios de la guerra.

Los residentes y los médicos de la localidad están convencidos de que las minas han dejado más muertos que los combates. “Además de las minas caseras, también hay minas de fabricación rusa”, ha explicado un artificiero de Emiratos Árabes Unidos y miembro de la coalición internacional contra los huthi. “Probablemente se las encontraron en los arsenales del Gobierno nada más hacerse con el control de Saná (la capital)”, ha añadido.

El año pasado, la ONG Human Rights Watch solicitó a los huthi que dejaran de usar estas minas y respetaran la Convención de Ottawa de 1997, y a la que el Gobierno yemení se suscribió dos años después. Es el caso de Awatif, una pequeña que tras explotar una de estas minas, está paralizada y medio ciega porque restos de metralla se alojaron en su cerebro. O el de Omar Slah, que casi pierde una pierna tras una explosión: los médicos aconsejaron amputar la extremidad, aunque finalmente no lo hicieron. Ahora camina con una evidente cojera, “pero al menos conservo la pierna”, dice con resignación.

Niños soldado

No solo deben sufrir el hambre y los ataques militares, los líderes yemeníes se enfrentan al drama de ser reclutados como niños soldado. El grupo armado huthí está reclutando activamente a menores incluso de sólo 15 años para combatir como niños soldados en las líneas de frente del conflicto de Yemen. “Es terrible que las fuerzas hutíes separen a los niños de sus progenitores y de sus hogares, y que los priven de su infancia para colocarlos en la línea de fuego, donde podrían morir”, ha dicho Samah Hadid, directora adjunta de campañas de la oficina regional de Amnistía Internacional en Beirut. “Es una violación vergonzosa e indignante del derecho internacional. Los hutíes deben poner fin de inmediato a todas las formas de reclutamiento de menores de 18 años y poner en libertad a todos los niños que engrosan sus filas. La comunidad internacional debe apoyar la rehabilitación y reintegración en la comunidad de los menores desmovilizados”, ha asegurado.

Según la ONU, los centros locales dirigidos por representantes hutíes se celebran actos como rezos, sermones y conferencias en los que se anima a niños y hombres a combatir en el frente para defender a Yemen. Tal y como explican, además, los reclutamientos de niños soldados han aumentado debido a que muchos menores ya no asisten regularmente a clase. La guerra ha hecho estragos en la economía y muchas familias ya no pueden hacer frente al gasto de transporte necesario para que sus hijos vayan a la escuela. En muchos lugares ya no funcionan los centros de enseñanza.

Al más puro estilo del Estado Islámico, los hutíes prometen incentivos monetarios a las familias para tranquilizarlas, de 20.000 a 30.000 riales yemeníes (de 80 a 120 dólares estadounidenses) por hijo y mes si se convierte en mártir en el frente. Además, los hutíes rinden homenaje a las familias imprimiendo carteles en memoria de sus hijos para ponerlos por toda la zona como tributo a su contribución a los esfuerzos bélicos.

Torturas en prisiones

Quienes se oponen al régimen de terror implantado por los hutíes, acaban invariablemente en una prisión. Allí, sufren las peores torturas, y según los organismos internacionales, los hutíes “han descendido a un peligroso nivel de intimidación y violencia para infundir miedo a cualquiera que proteste contra su régimen”. “Los testimonios reflejan que se ha detenido y torturado a manifestantes durante días interminables. La seguridad de todas las personas que se atreven a denunciar públicamente el régimen de los hutíes está amenazada”, añadió.

Es el caso de Taher al Faqih, de 34 años, y Abdeljalil al Subari, de 40, secuestrados durante una manifestación pacífica el pasado miércoles en Saná para conmemorar la sublevación del 11 de febrero de 2011. Ambos fueron detenidos junto a Salah Awdh al Bashri, de 35 años y padre de siete hijos, quien murió posteriormente por las lesiones provocadas a causa de la tortura sufrida durante horas. Los tres, junto a un cuarto activista que no fue torturado, fueron conducidos a un lugar desconocido, donde estuvieron recluidos en un sótano. “Al primero que se llevaron fue Salah. No volví a verlo hasta que nos liberaron, hacia las dos de la madrugada (del 14 de febrero). Salah no podía moverse ni ponerse en pie, ni siquiera cuando intentamos ayudarlo a levantarse, y tampoco podía hablar. Sólo dijo con un hilo de voz: ‘Tengo sed’”, relató Ali Taher al Faqih.

“Fuimos al hospital y allí Salah recibió primeros auxilios. Había hutíes en el hospital, algunos con el uniforme militar, y como tuvimos miedo de que volvieran a secuestrarnos, nos fuimos de allí y condujimos hasta casa (a dos horas de allí), pero el estado de Salah empeoró y murió en el trayecto”, continuó. Además, contó con detalle el interrogatorio que soportó: “Primero me hicieron sentarme y me interrogaron sobre mi trabajo, las manifestaciones en las que participaba, los líderes de las protestas, mis relaciones con la Embajada de Estados Unidos y con organizaciones opuestas a Ansarullah (el brazo político de los huzis). Luego me vendaron los ojos y me amordazaron. Me ataron las manos a la espalda, me ataron los pies, me obligaron a tumbarme sobre una especie de mesa estrecha y empezaron a golpearme en las nalgas con algún tipo de porra. Continuaron con la paliza durante mucho rato, puede que un par de horas. El dolor era insoportable. No paraban de decirme que confesara. Cuando finalmente dejaron de golpearme, estaba medio inconsciente. Tuvieron que ayudarme a levantarme”, relató.

Asalto a prisiones

Por otra parte, son comunes los asaltos a prisiones por parte de miembros de los hutíes apoyados por Al Qaeda. Famosas son ya las fugas masivas de la prisión de Mukalla, donde, tal y como narra Mahjouba Chokri, periodista, resulta curioso ver cómo un grupo de hutíes tan pequeño pudo asaltar una prisión y controlar los campos de prisioneros. “Con la ayuda de Al Qaeda”, reflexiona, a lo que Maj Gen Faraj, exgobernadpor de Mukalla añade: “los terroristas entraron sin resistencias porque estaban aliados por los militares”.

Las fugas de las prisiones yemeníes son un fenómeno que se repite con frecuencia en este país, el más pobre de la Península Arábiga y azotado por la violencia en diferentes puntos. Valga como ejemplo: 12 de diciembre de 2016, 16 reclusos, entre ellos 12 supuestos miembros de Al Qaeda, escaparon de la Prisión Central de Adén, en el sur del país. Mientras, el 22 de julio del mismo año, 58 reclusos, todos ellos miembros de Al Qaeda, se fugaron de una prisión en la ciudad de Al Mukala, en el este del Yemen, a través de un túnel de 35 metros de largo y con el apoyo externo de un grupo que atacó la entrada del penal para ayudar a que los reos se fugaran.

Ahora, muchos yemeníes castigados por el terror de los hutíes se pregunta: ¿cuándo la ONU los considerará como terroristas y luchará por la libertad del pueblo yemeníe?

 

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